Vaquera Mayor, Zagalas, Señor Alcalde, Autoridades Locales, segureños y amigos todos.
Amanecía cuando cruzamos la ribera de Ardila, y acababa de llover.
La traza azulada de los cerros, el verde de los prados cobijados de encinas, el amarillento de las primeras hojas de los chopos, el aroma de la tierra que se estremece y respira bajo la lluvia.
Y, enseguida, Segura, entre campos ondulados, anegados de agua mansa, plata triste, plata elegante, salpicada aquí y allí de retamas.
Luego, de golpe, naciendo del pétalo rosa de la mañana, el castillo contemplaba el horizonte.
Yo quisiera traeros aquí los colores de aquel amanecer de mayo, aún entre dos luces, cuando los cielos de la Martela parecían de amapolas. Traeros el perfume del heno recién segado, y los sonidos de aquella hora cárdena y misteriosa de la mañana en que los toros de Casablanca bramaban al viento.
Yo quisiera traeros aquí el eco de las voces de los vaqueros altivos, de las cañadas antiguas, de las riberas lejanas. Voces de las veredas y de las sierras. Y viejos momentos de antiguas capeas. De aquellas carreteras que traían a Segura, ya de madrugada, a los viejos alcaldes, con el permiso del gobernador en sus manos. Y de los cohetes que volaban en el cielo estrellado de septiembre, anunciando la capea. De "señó" Ramírez colocando la tranca. Luego había que buscar las vacas. Lo recuerdas bien, querido José.
De vaqueros legendarios que vestían pardas chambras, de hondas que restallaban en el silencio de la corralá, de los trillos y de los atrojes.
Y quiero traeros también el eco del presente. De los revuelos de palos y "polvarea", de los apartos en el campo y de la espera ilusionada.
SE ABRE, POR TANTO EL PREGÓN, QUERIDOS AMIGOS. MAÑANA EMPIEZAN LAS CAPEAS.
Gracias por tus palabras, querida Fátima. Gracias por compartir tanta ilusión y tanta amistad. Cuando pasen los años, querida amiga, recordaremos con mucho cariño estos años inolvidables de pregones y de espera ilusionada.
Quiero también agradecer al Ayuntamiento este inmenso honor que hoy me concede. Y, como los toreros, brindar este pregón a alguien que observa desde el cielo, levantando hacia las estrellas la montera de la palabra.
SEÑOR DE LA REJA: Por bendecirte azulean los cerros de Gigonza, y renace el campo y los chopos cada primavera. Por alabar tu nombre dora el sol los atardeceres de Tentudía y perfuman el viento de la tarde el romero, el tomillo y la jara.
Con tu nombre en los labios se duermen las nubes cada noche y saludan el alba las palomas y los vencejos.
Y en alabanza a tu nombre, Señor, galopan los jinetes, se esfuerzan los vaqueros, escriben los pregoneros. Y cada segureño, sin una sola excepción, bendice tu gloria cada tarde de Capea.
Esta es nuestra ofrenda, Señor, la que pone a tus pies toda Segura bendiciendo tu nombre, SANTO CRISTO DE LA REJA.
Y permitidme que continúe dirigiéndome a ellas: Esperanza, Angela, Beatriz y Lourdes.
Un año más, se reúne la Asociación de Ganaderos. Y en la solera del cortijo de Colomba, entre recuerdos y añoranza, se escriben seis nombres en el libro de la historia de Segura, bajo la bandera inquebrantable de la tranca.
Amanece un día de Capea. La noche se desenreda de los cerros. Se escapa, como el agua, entre las manos. Y los rumores profundos de la ribera de Ardila esperan ya los cristales del rocío. Se quiebra en dos la madrugada, se quiebran la ribera y el olivo, cuando Dios abre sobre el atril inmenso de Gigonza, la partitura de la mañana virgen.
Y cuando las esquilas anuncian que llega el alba, seis garrochas y seis yeguas se acercan por la cañada.
Seis jinetes al galope, seis voces por la dehesa. Seis sombreros de ala ancha. Seis mañanas de capea.
El tiempo avanza deprisa, en un revuelo de palos y polvareda, de portadas que se abren y se cierran.
Luego, muy lentamente, las vacas inician el camino con paso perezoso. Y la capea se pone en marcha, en el momento más bello del día, cuando más azules son las mañanas de septiembre.
Tal y como el vaquero anunciaba a su yegua, la capea ha avanzado lentamente hasta llegar al Puerto la Cruz. Y allí se encuentran frente a frente las dos: Segura y su capea.
El castillo parece un gigantesco toro de piedra, que se ha echado para ver venir las vacas. Toda Segura aguarda en las calles, en las azoteas y en los patios, mirando expectante los caminos. Es esa bellísima hora de la espera, del corazón que se agita y se desboca. De las sevillanas al aire limpio del mediodía en la Calle de la Fuente.
De pronto una voz de alarma corre por los olivares, por el Barro Colorao y la calle La Fuente, por las azoteas y los patios. Hay un revuelo de palos y caballos, de voces y polvareda, carretera alante, quebrando la quietud del campo en los Ahulagares.
Termina la entrada. Calle de la fuente abajo, toda Segura bate palmas y canta por sevillanas. Cada uno, con los suyos, con los amigos de siempre. En la Cazuela, se anima la charla de vaqueros y ganaderos. Cantan en la Tomatera, ríen en el Antro, se reencuentran los Mosquitos.
Pero entremos en el chiringuito de la Breva. Están cantando. Suenan fuertes las voces y las palmas al entonar la sevillana que más les gusta. Amigos de la Breva, la hemos cantado juntos muchas veces, y luego volveremos a hacerlo. Pero aquí y ahora, desde este balcón, yo os la recito a vosotros:
Se acercan las seis de la tarde. Los tablaos y las troneras se colman, en esa hora triunfante y sublime en que la plaza rebosa tantos colores como las mañanas de abril y mayo.
Seis campanadas proclaman la Capea. Y siguiendo a los vaqueros, toda Segura se hace brazo y garganta, en un majestuoso movimiento donde el viento ejercita todas las suertes el toreo. Revoleras majestuosas, ceñidas chicuelinas, siempre movimientos circulares donde toreros de viento se enroscan a la cintura una piara de vacas.
Y cuando la más brava rompe esa espiral tan bella y busca la corralá, baja el sol a rematar la suerte: media verónica eterna que cierra la corralá y disipa la "polvarea".
Corralá. Palos que se cruzan, troneras que crujen, tropel de vacas que se agitan. Corralá, donde la dehesa entera se hace pueblo. Bravura contenida por vaqueros. Sombras de la espadaña, caminito del castillo.
Corralá. Sueño de madera hecha portada, hecha tronera, hecha palo en la mano del vaquero. Y con palabras también de madera, se anuncia la salida de la vaca.
Palo y tabla. Golpe de madera seca. Una puerta se abre y un tropel de bravura salta a la arena, galopando y rebuscando toreros por las troneras. Y bajo el sol de la tarde, de las espadañas y de las almenas, una cintura de junco gallardamente se quiebra.
Es el maestro. Amigo Diego Brioso. Amigo Canuto. La de este año será una capea difícil para ti. Pero ten por seguro que si vuelves a surcar la plaza, toreando como el mismísimo viento, ella te mirará desde el cielo, viéndote volar de esquina a esquina. Y, sonriendo, le dirá al Señor de la Reja:
La última vaca sale por la portada. Y mientras las primeras luces del pueblo se iluminan, las viejas encinas aguardan en silencio.
La piara se adentra en la espesura de la noche, y el castillo la mira alejarse. Los becerros pronto escucharán las voces de los vaqueros, traídas por el viento. Durante un año reposarán los sombreros y las espuelas. Descansarán las garrochas y las yeguas.
Pero todavía es noche de pregón. Y se diría que hasta el viento es distinto, que conserva algo del verde de febrero, de los atrojes antiguos y de las eras lejanas. De las fanegas y las cuartillas, de los jarales y de las besanas de la ribera.
De la frescura de los patios en la primavera, bajo los parrones y los cerezos.
Del viento que silba bajo el ala del sombrero, peregrino por cañadas sin fin, de cielos azules y garrochas al hombro.
De las yeguas y los potros que pastan libres en las eneras por la mañana. De las sombras de los olivos y de los barrancos que corren. Del paso de las estaciones bajo los ojos de Dios.
De las huellas que se perdieron en los caminos, de los amigos que se fueron buscando el cielo limpio e inabarcable, como un atardecer en Tentudía.
De la espadaña de Fátima, de las campanas, de las murallas y de las torres almenadas.
Y del cielo limpio al que mirar esta noche de pregón, recortado sobre el perfil infinito del horizonte, donde Dios sonríe a Segura, haciendo brotar los sueños y las esperanzas, y los poemas y las canciones, y las mañanas y las tardes de nuestra semana grande, en el recuerdo de aquel amanecer de mayo en la ribera.
ESTO ES SEGURA, CAMINANTE. ESTO ES SEGURA, VIAJERO. Y EN HONOR DE NUESTRO CRISTO Y NUESTRO PUEBLO, ESTA ES NUESTRA FIESTA. COMIENZA MAÑANA Y SE LLAMA CAPEA.
MUCHAS GRACIAS A TODOS. FELICES CAPEAS.